Mr. Útil-Capitulo V-Badía pone en marcha un asunto

1

¡Joder!, ya te lo he dicho: soy capaz de vigilar, de acechar, durante lo que haga falta, eso para mí tiene un sentido, ¡pero esperar! No me gusta esperar, es un desprecio hacia mi tiempo. Menos me gusta esperar en este barrio de mierda condenado a la piqueta. Últimamente paso demasiado tiempo en sitios como este.

Pierdo el tiempo mirando pasar a la gente, unos intentan parecer invisibles, otros gallean y algunos parecen representar en directo su jodido drama diario. Mira esos, una pareja de viejos cargados con un carro de la compra hecho polvo, y bolsas, muchas bolsas, todas llenas de tomates ¿de dónde los han sacado?, ¿de la basura? El viejo empuja el carro, la vieja lloriquea detrás de él, quejándose del peso de las bolsas que carga y pidiéndole ponerlas sobre el carro. El viejo se niega, jura que las ruedas no aguantarán más peso. Ella pide, él niega. Parece un teatrillo que han repetido mil veces con mil variantes. La gente cuanto más cercana más puede odiarse. Me gustan los tomates, los viejos… me parecen avisos de malas noticias, hacia aquí vienes dicen sus caras arrugadas.

Aquí llega otra mala noticia: Pachuco. Cuando deja caer su cuadrado cuerpo en la silla frente a mí esta parece que va a estallar. Como todo lo que hace. No hace cinco minutos que lo conoces y ya te da la impresión de que es un tipo de esos tan duros que para abrir una puerta se puede liar a cabezazos antes de mirar si está abierta. Los puntitos tatuados en sitios estratégicos de las manos y la cara tienen significados, son mensajes para los de su calaña. Supongo que anuncian que es un cabrón malévolo, a mí lo que me dicen es que es un capullo fácil de identificar. Sé que tuvo problemillas en su tierra, no debió de ser nada muy grave –no son muy tolerantes por allí–; consiguió una recomendación de no sé quién y acabó a sueldo del Patrón. Vaya mierda de enchufe. Me chivaron que como carta de presentación borró a otro tipo, un compatriota que, por lo que se ve, tenía vainas más grandes que los suyas pendientes.

¿Cómo andáis, compañero? –saluda.

Llegas tarde —le digo.

Pues sí. Me costó conseguir un carro.

Coge el metro, es barato, es rápido, nadie se fija en ti.

No me gusta, está lleno de gente. ¡Huele!

Nadie huele peor que tú.

¡Oh! ¡Sí! Tienes razón, viejo.

Ríe. A mí no me hace gracia, pero sonrío. ¿Es que este tonto no se da cuenta de que no hay razón para estar aquí? ¿No ve todas esas lumis? No tienen otra cosa que hacer, entre mamada y mamada, que mirar todo el día y quedarse con caras, quién va con quién, adónde va, cuando vuelve. Esta calle es una puta gran familia en la que todos parecen ir a su rollo cuando todos te venderían sin pensárselo un segundo. Lo acepto, va con el pack, es una mamonada, tienes que esconderte y a la vez estar a la vista, si no, como vas a pillar tajo... Pero es que él lo disfruta, no hay nada que le guste más que darse jodidos aires delante de la chusma. ¿Sabes qué?, estamos aquí ahora para que le vean con un tipo elegante. Soy un puto hombre objeto.

Llevo mucho tiempo pensando que me lo estoy montando mal. Tendría que haberme hecho pasma cuando tuve la oportunidad. Es una ocupación, un curro, más adecuado a mi rollo, se me daría bien, aplastaría toda esta basura, llenaría carretadas de mierda. Me pregunto si es demasiado tarde para cambiar de carrera. Vaya mierda de pregunta, claro que lo es de tarde, en realidad de lo único que estoy a tiempo es de hacerme humo. Pachuco interrumpe mis pensamientos.

El Patrón llamó.

¿Qué dijo?

Que veamos al cliente.

¿Dónde? ¿Cuándo?

Ahora. Vamos.

Se levanta. Me jode ir a ciegas a ningún sitio. Pachuco se empeña en manejar las cosas a su modo, como por ahora es su baile, le dejo hacer. Cuando pare la música le cortaré el cuello; aunque no me gusta esperar, es un desprecio a mi tiempo. Pachuco ha leído algo en mi mirada, se equivoca, cree que es muermo, cansancio.

¡Vamos! Tengo el auto aquí al lado.

Una mierda –aprovecho que veo uno y paro un taxi.

2

En el centro comercial, frente a la larga hilera de cajas del hipermercado lleno de gente gritona hay una línea de comercios; cafeterías, tiendas de chucherías y regalos. Hacemos tiempo mirando el escaparate de una telefónica. Juego a escoger un modelo. Es un juego aburrido, ya tengo uno de acojonante ¿quiero uno más caro y llamativo?, ¿algo con más prestaciones?, en realidad, me es igual lo que haga o pueda hacer, no me fijo en esas chorradas, solo necesito llamar, que el cacharro que lleves en el bolsillo impresione a los palurdos ya no sé si es un plus.

Ahí está.

Pachuco señala con un golpe de cabeza hacia la cafetería. Un gafotas, rollo primero de la clase, se está sentando con un teléfono pegado a la oreja.

¿Quién escogió el sitio? –pregunto.

Él.

Me gusta, no es de los que confunden soledad con seguridad. Acaba su llamada levanta la vista y descubre a Pachuco. Se endereza en la silla, se pone el teléfono en el bolsillo de la camisa bien planchada, cruza las manos encima de la mesa y se queda parao, en una postura que dice: soy un hombre ocupado que no está dispuesto a esperar demasiado. Le damos el gusto y no vamos pa él.Como ninguno está por hacer amigos la entrevista es rápida, los diez minutos necesarios para cuadrar el qué, el cuándo, el dónde y adiós. Nos largamos cada uno por su lado. Yo entro en el hipermercado, paseo entre la gente, juego a encontrar parecidos entre sus caras atentas a las cosas de colores que llenan los estantes. Pienso en el trabajo, igual me da una oportunidad de divertirme. Decido ponerlo en marcha ya, no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.

3

Encontrar a Conejero cuesta un poco, no tengo su teléfono y aunque lo tuviera no le llamaría, si no estás encima de él se vuelve descuidado y es mejor no dejar miguitas de pan entre él y yo. Entiende: Conejero mola, tiene muchos defectos, pero es obediente, eso compensa. Sabe que debe serlo, le doy mucha vida, conmigo siempre pilla. Además, creo que la historia que lleva en la cabeza tiene que ver con ser el amigo del chico la peli y yo le cumplo de perlas ese papel. Habría sido un estupendo sargento de algo, rastrero con los de arriba, tiránico con los de abajo, un magnífico idiota.

Hecho una mirada por la tienda de pastillas para cachas y pienso en dejarle un recado en el gimnasio, pero no me mato mucho en acercarme en cuanto me cosco que hoy hay partido y el club juega fuera; si está disponible seguro que le pillo esta noche en El Hincha. Acierto, ahí está, llenándose la panza de isotónicos en la barra.

¿Cómo van, tronco? –le saludo.

Ganamos tres a cero. Minuto noventa, hace rato que esto está hecho.

Cierto, los jugadores en la pantalla levantan los brazos al aire, un murmullo satisfecho se propaga por el bar y todo son ruidos de correrse sillas y drings del vidrio.

Demos un paseo –propongo.

Caminamos calle abajo, el barrio no es malo, gente del país, calles limpias. Conejero encaja extrañamente, una mujer que barre el frente de un negocio le saluda con un diminutivo y pregunta por su madre.

Hay un trabajo fácil, limpio -le explico.

¿Qué hay que hacer?

Entrar y salir, una oficina, una caja fuerte.

¿Qué hay?

Algo que quiere un tipo, en realidad no importa, vamos a precio fijo, podrás tirarte a la bartola seis meses.

Debe ser algo muy valioso.

Para él lo es. Para ti, para mí... no conseguiríamos el precio de lo que nos paga.

¿Cuándo?

Pronto, muy pronto, esta semana, la que viene. Antes echaremos un vistazo, cámaras, salidas, semáforos. Por cumplir. Estará chupao.

Realmente lo creo.

 

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