Mr. Útil -Capitulo III- Badía gestiona un conflicto

 


Fulles-003


  1

Atiende, no sé si vamos a tener mucho tiempo antes de meternos en harina y no es cuestión de que vayas tan fuera de onda que no sepas cuando hay que salir corriendo. Lo primero: hoy nos paga El Patrón, ¿sabes quién quiero decir?, el tipo ese del culo gordo y la cabeza pequeña. Antes le llamaban Cabeza Bolo o más corto: Bolo. Ahora nadie le llama así, todos le tienen un respeto, aunque no acabo de entender como se le puede tener respeto a un tipo que tiene enmarcado en la pared del despachito un póster de Scarface como otros notas tienen un título de abogado.

El puto gordo se juntó de joven con los gitanillos más bobos de una familia de apellido impronunciable. Llegó a casarse con una de ellos. La cosa duró poco tiempo, de la manera más tonta, corriendo hacia ninguna parte, empotró un coche contra una lechera de la Nacional. Ella y uno de sus primos se fueron a la gran discoteca del cielo. Él cuando se despertó estaba en el talego.

Como todos los chorizos adoran el drama, el Bolo, aquel payo echao pa’lante, aquella tragedia con dos patas, en el truyo encajó de la hostia. Por eso heredó contactos, hizo otros de nuevos y con el tiempo, otra vez en la calle, como no la cagó demasiado, a base de palo y zanahoria acabó transformándose en El Patrón.

¿El Patrón de qué? Que yo sepa de fachada tiene un par de garitos de tragaperras y unas lavanderías automáticas, mientras en la zona ruinosa del barrio viejo controla algo o mucho de lo que se pasa por ahí. Mejor decir controlaba, hace nada le falló el suministro y algunas franquicias se buscaron la vida para pasar el parón. Ahí entramos nosotros: una lo ha hecho especialmente bien, con tanto éxito que se ha decidido a ir por libre y corre por ahí como una cucaracha cuando se enciende la luz de la cocina. Al Patrón esto le ha dolido, el que la gente tenga ideas propias y encima le funcionen no es una cosa que le mole, además esta independencia se puede contagiar a otros que parece no han acudido a la llamada con el suficiente entusiasmo.

Se puso tan pesado con dar un escarmiento, uno con el que a todo Dios le quedara claro que salir de debajo de sus alas es una temeridad, que al fin alguien le habló de mí y lo motivacional que podía ser. Yo estaba aburrido y me quedé el laburo. Y en eso estamos ahora, Conejero, al volante -el tipo que me ayuda últimamente en estas cosas- y yo. nos tiramos dos tardes mirando como coincidir los emprendedores y mantener una conversación. La cosa es que todos los tipos por el estilo de estos tienen un agujero donde tocan el género y se reparten la calderilla, por cojones es un sitio discreto y como eso es lo que necesitamos todos para tener una conversación hemos estado revoloteando alrededor de su esquina manteniendo los ojos bien abiertos. Eso ha sido suficiente para averiguar que la madriguera está en un taller de chapa y pintura en el extrarradio. En otro barrio de puta pena, todo bloques altísimos y esperanzas bajísimas; en serio, es lo que opina la peña, lo he leído ahí escrito, en una pintada, la que ves en cuanto sales de la autovía. Ya estamos llegando.



2

Si ya los tenemos localizados, ¿cuál es el problema? ¿Por qué llevamos tanto tiempo con los ojos clavados en el garito en vez de hacer algo, lo que sea? Un capullo dijo una vez que para según qué cosas yo era como una araña, me apalancaba en un rincón de la tela y me quedaba allí esperando que los hilos de la red me trajeran un mensaje que solo yo sabía leer. Que aquel tipo consiguiera enhebrar un pensamiento tan complejo fue una sorpresa, tanta como el tener que reconocer que tenía razón pero no en todo. Se equivocaba en que yo solo sé reconocer un mensaje, el que grita: ¡ahora, ahora es el momento!, y este... pues no me llega. Te diré por qué; ha sido tan fácil, tan rápido, encontrar el zulo este –solo seguir al primer idiota que fue a pillar más genero para el punto– que me ha dado mala espina y me he quedado bloqueado por la duda de si estos tipos son muy tontos o muy listos. Pues eso: aquí estoy, digo estamos, sin saber si entrar a liquidar el trabajo, irnos a cenar y volver mañana o continuar vigilando un rato más, por si se me está escapando algo. Tengo que tomar una decisión, sobre todo porque empiezo a no soportar la charla de Conejero. Hace que el coche parezca más pequeño de lo que es.

Me duele el culo de estar sentado –se queja, otra vez.

Estira las piernas, da una vuelta al bloque, echa un vistazo.

¿Y qué busco?

Cosas que no deban estar ahí.

Todo es normal.

Lo que no es normal es que la gente que tiene que vivir en estos sitios no se levante en armas y le pegue fuego al mundo. Tampoco es normal que los chiringos de El Patrón sigan abiertos, todo ese menudeo a gran escala que se lleva es demasiado descarado. Si todavía funciona es porque la pasma pasa. ¿Por qué lo permiten? No tengo respuesta, quizá están muy ocupados con los fregados políticos, los obreros que parecen revueltos o con cualquier otra mamonada que a los tipos de la calle se nos escapa. O El Patrón tiene algún arreglo con ellos, vete a saber. En realidad, no importa, nada es para siempre: un día aparecerá la Nacional, la Judicial y su puta madre y harán limpieza. Ahora hasta lo filman y lo sacan en la tele, para que todo el mundo vea lo guai que son los chicos de azul. Tengo claro que ese momento llegará y que he de preocuparme de que no me pille por medio.

Lo que son dudas las tengo ahora. Lo que te decía: este sitio, la ocasión, me parece tan buena, así de primeras... que parece una trampa. Entiéndeme, el notas al que hemos seguido no ha levantado la cabeza del Mundo Deportivo en diez paradas de metro para echar un vistazo a su espalda. Estos tipos ¿no sospechan que El Patrón puede no estar muy contento? ¿Tanto lo subestiman? Es igual, me he de concentrar en las preguntas importantes, que son ¿cuántos tipos hay ahí dentro?, y ¿preparados para qué? Continúo masticando dudas hasta que aparece el pizzero y algunas, por arte de magia, se me transforman en certezas.

El pizzero es un niñato a lomos de una motillo colorada que se para con un chillido de neumáticos y un último golpeteo de la tapa de la caja mal cerrada –son un peligro estos chavales–; se pone el casco en la coronilla y con dos cajas de pizza en la mano se va directo a la puerta lateral, la que da al callejón, que de entrada no parece que se use mucho. Pica dos veces muy decidido en el interfono –que funciona de pena, el ruido que hace se oye desde aquí– y se pone a dar saltitos como si se estuviera meando o tuviera una prisa de la hostia. Al poco un tipo grande abre la puerta, pilla las pizzas y le da unos billetes al chaval, que comienza a rebuscar por todos los bolsillos, una moneda aquí, un billete arrugado allá. El tipo grande se cansa, le despide con un gesto y cierra de un portazo. El chaval contento como unas pascuas se pira quemando rueda con el casco todavía mal puesto.

¿A quién no le gusta la pizza!

Le pregunto a Conejero, no espero que conteste. Lo hago yo por él, como siempre.

A nadie ¿entiendes? Dos pizzas pequeñas, ahí dentro no hay un ejército, no.

Conejero se queda en Babia medio segundo hasta que lo pilla y sonríe. Le guiño un ojo y salgo del coche ligerito. Él, que ya está enseñado, sale deprisita y sin dar portazo detrás de mí. Con un gesto le indico que se plante a un lado de la puerta mientras pico dos veces en el interfono, que vuelve a graznar como un loro estrangulado. No tengo muy claro qué voy a decir cuando contesten: ¿Olvidé entregar las alitas de pollo? ¿Conoces a Cristo? Alguna mamonada se me ocurrirá, creo. No tengo que decir nada, el tipo grande abre la puerta, todavía con las pizzas en la mano.

¿Qué coño quieres?

Acierta a decir antes de que Conejero le dé con la culata de la recortá en la frente sin ni sacarla de la bolsa. El tipo grande tiene el cráneo de piedra, no se derrumba ni suelta las pizzas. Mejor, no quiero dejarlo atrás y tengo hambre. Me muevo rápido y le cojo de la oreja.

Chista y te borro. ¿De qué son las pizzas?

El tipo no dice ni mu, está muy ocupado contando las estrellas que bailotean frente a sus ojos y yo me concentro en chequear la vista. El taller es grande y guarro, hay dos bugas que son chatarra y un fulaca de los setenta impecable –hasta la cola de zorro colgando de la antena–, el sueño de un perro callejero. Hay gente pa’ to, le dijeron al sabio.

El fondo lo ocupa una oficina acristalada, pero como si no porque tiene los vidrios encalados a lo basto para dar un poco de intimidad. Dejo al tipo y las pizzas al cuidado de Conejero y en cuatro zancadas me planto junto a la puerta medio abierta, dentro el Muñeco y la Choni discuten de no sé qué.

El Muñeco tiene cara de buen chaval, la Choni tiene la fama de estar de muy buen ver –no sé, yo no comprendo el mensaje de tanto pelo de colores y mallas ajustadas– y parecer inofensiva, pero El Patrón recalcó que es la única que tiene cerebro en esta movida, que es la que mueve los hilos y debe pagar su parte. Yo lo que he oído es que El Patrón quería tirársela y al final fue ella la que le jodió. ¡Es un zoquete!, su polla le metió en el negocio y al final será la que le saque de él. Doy dos golpecitos discretos en la puerta abierta con el cañón de la cacharra de mierda que me han pasado para el trabajo. Sus caras son un poema, primero extrañeza, ¿quién es este nota tan guapo? Luego sus ojos se dilatan cuando ven el hierro en mi mano, el Muñeco pierde color y la Choni se pone colorada. Me encanta esto.

¿Tenéis un momento? —digo

¿Quién mierda eres, cabrón?

Suelta el Muñeco, no le queda muy lúcido el párrafo, le ha temblado la voz. No sé con quién se está tirando el rollo tipo duro, conmigo no, eso seguro, puede que con la chocha o con él mismo. Ella calla, se da cuenta de que está de mierda hasta el cuello y mejor no andarse con jueguecitos. Les hago “ven, ven” con el cañón y con timidez salen del despacho. El Muñeco mira la cacharra, mira la puerta, mira la cacharra otra vez y si tiene alguna esperanza de salir volado la pierde cuando ve a Conejero y la recortá, que se está trayendo al tipo grande –más rehecho, más asustado– y las pizzas hacia aquí. Huelo la mozzarella, el tomate, el orégano, la masa en el aire y mi estómago gruñe. Joder, tengo hambre.

Nuestros anfitriones como ovejitas van a parar al espacio libre del taller, bajo un foco amarillo. Conejero se relame y sé que no es por la pizza. La Choni en cuanto le ve el careto de bestia retrocede un poco, se enreda con sus propios pies o resbala y cae al suelo. El muñeco intenta echarle una mano para que se levante, pero ella se suelta de un tirón y se queda sentada sobre los tobillos respirando fuerte por la boca, como si no hubiera suficiente aire. El Muñeco se queda muy cerca de ella, dudando entre seguir con su papel de tipo duro o pasarse al de caballero andante.

Me han mandado a buscaros, me han dicho que sois como borricos persiguiendo una zanahoria, ¿no os entra en la cabeza que nunca la pillareis?

Todos de entrada callan, ¿cómo van a llevarme la contraria?, no se discute con el tipo de la pipa, todo es silencio hasta que el Muñeco traga saliva y repite la pregunta que me hizo antes, esta vez la voz no le tiembla.

¿Quién mierda eres, cabrón?

No tengo tiempo a contestar, la Choni lo hace por mí.

No importa quien es, importa quien le envía, te dije que debíamos…

Ahí se muerde los labios y achanta, sus ganas de demostrarle al Muñeco que es un idiota han vencido a su afán de supervivencia; es una mierda porque a este se le gira la cara y comprendo que el tipo ha decidido plantarse y que la faena –acojonar, esta es mi faena de hoy, acojonador de la peña– se me complica por momentos. A veces es así: irrumpo en la vida de alguien dispuesto a chafarle la guitarra y ese alguien se niega a reconocer que ha perdido el control de su historia, entonces: ¿cómo explicarles que no soy yo quién les quito el mando sino ellos que han allanado el camino para que yo venga? Cariño, soy el fruto de tus errores, no una catástrofe natural, un acto de Dios, como dicen las aseguradoras. Sí, a veces pasa, hay peña que se planta; yo lo achaco que para conseguir intimidar a alguien necesitas que sea lo bastante inteligente para que construya en su cabecita imágenes de lo que le puede pasar si no es bueno y obediente. Algunos, como el Muñeco este, son tan tontos que se quedan enfocados en… ¿no traicionar la imagen que tienen de sí mismos?, su careta de tipos duros, inflexibles y valerosos. Es el momento de enfriarlo un poco, por eso en vez de meterle un tiro, que es lo que me apetece, contesto a su pregunta, le doy un poco de charla, a ver si entra en razón.

¿Quién soy? Nadie, solo un tipo del departamento de reclamaciones, traigo una contra vosotros. ¿Recordáis que teníais un arreglo? Ese arreglo tenía que ser la puta ley divina para vosotros. Había una hora para regresar a casa. Os esperaban y no volvisteis, ni siquiera llamasteis para avisar, preferisteis continuar en este agujero; eso ofendió al que manda y me dijo que os buscara y que os enterrara en él para siempre.

No sé si sirve para algo tanta charla, el tío grande no se está enterando de nada, el culatazo en la frente desde luego no le ha hecho más espabilado, mira como buscando una explicación alternativamente a uno y otro de sus compañeros que le ignoran. El Muñeco agarrado a su papel de hombre duro parece dispuesto a comenzar un torneo de tozudez conmigo, en cuanto a la Choni… a juzgar por las miradas que le suelta al Muñeco parece más cabreada con él que conmigo. Es evidente que cree que si estamos en esta situación es porque no se ha hecho lo que ella quería en su momento.

No me hacen el caso que merezco. Estos, cada uno por su propio motivo, todavía tardaran un rato en darse cuenta de que su mierda de vida ahora depende de mí, de que cumplan mis instrucciones. La manera más fácil de llamar su atención sería meterle un tiro a uno cualquiera, pero esto por ahora no está en mi plan, aunque claro, no quiero que ellos se den cuenta. Por eso paro, simulo pensar. Hago teatro. ¿Pienso antes de hacer? Cuando era más joven llegaba a un punto en que no. Solo me deslizaba, cada vez un poco más rápido. Era agradable cuando no había nada que pensar. Solo moverse lanzando dentelladas a tu alrededor. La vida es una broma de mal gusto. Sois borricos persiguiendo zanahorias, zanahorias que cuelgan de un palo enfrente vuestro. Yo soy el palo.

¿Dónde dice que hay un agujero?

Pregunta sin que venga a cuento el Tío Grande; desde luego no parece estar todo. Tiene un derrame en un ojo, eso a veces es nada y a veces es todo. Como es un buen pie continuo con mi charla.

Eso habrá que pensarlo. Dicen que el desierto, alrededor de Las Vegas, está lleno de agujeros, cada uno con su inquilino, algunos nuevos otros muy viejos. Es verdad, ha salido en la tele. Aquí cerca el desierto más cercano es el de Las Palmas. No, no está en Canarias sino en el puto Castellón. No queda muy a mano y como desierto es una mierda, está lleno de gente, de autobuses acercando romerías y excursionistas; ¡autobuses cada dos por tres! Encima, el suelo es duro como una piedra, prueba hacer un agujero y luego me contáis.

Me quedo un momento callado, como esperando su opinión, ellos claro continúan calladitos, por eso me dirijo a Conejero, él siempre es un buen público.

Por eso es una suerte para nosotros que los cadáveres sean malos para el negocio, nos ahorramos un montón de trabajo de pala.

Es curioso, aunque hasta hace un segundo me parecía que la audiencia estaba negando la situación, de golpe he sentido una ráfaga de alivio viniendo de ella. Esperanza, esa gran timadora, les acaba de robar el corazón. Creen que hoy salvarán el pellejo.

O quizá debería decir que demasiados fiambres son malos para el negocio. Hemos de ceñirnos a una cantidad manejable. ¿Cuál es esta?

Nadie responde, no les molan las estadísticas. Esos ojos dilatados que me miran me hacen salivar, ¿o es la pizza? Conejero se entusiasma, comienza a chasquear los dientes rápido, rápido. Es un ruido que me jode, me aguanto, es mejor darle un poco de cuerda.

¿Borramos uno? –pregunta.

Sería una cantidad manejable, recordaría a la peña que hay que cumplir las reglas. Sí, ya sé que los que mandan se las va inventando sobre la marcha, pero así es la vida.

Pues habrá que ponerse. ¿Cuál?

¿Hum?... Que lo decidan ellos. Me parece justo. ¿Quién quiere pagar la cuenta?

El tipo grande parece incapaz de articular palabra. El Muñeco afloja un poco la mano que había dejado descansando sobre el hombro de la Choni, su careto es de peli de miedo. El ligue salvaje ha acabado siendo demasiado salvaje. Ella ha dejado de asfixiarse, de lloriquear, es la reina de las lágrimas de cocodrilo.

¿No hay ningún voluntario? ¿Tengo que tomar yo la decisión?

Es una pregunta de esas que llaman retórica, no vamos a cargarnos a nadie, no hago estas cosas en la primera cita, menos para un mierda como El Patrón, no señor. Esto va de acojonar; más de romper mentes que cabezas, de demostrar a estos idiotas que quién tiene demasiados huevos, suele significar que es demasiado estúpido para el negocio. Estos hoy al final se llevan un repaso educativo, algo doloroso, pero no mortal; más que nada para que no le pierdan el respeto a lo desconocido. El Patrón ya se apañará con el retorno al hogar de los hijos pródigos, quién será a partir de ahora el encargado del chiringuito, quien causará baja y todas las demás mierdas administrativas.

Pero la vida te da sorpresas, ella vuelve a hablar, tiene una voz gruesa pero agradable, no me había fijado hasta ahora. Se podría ganar la vida en la radio o con sexo telefónico.

Yo lo haré.

¿El qué, guapa?

Tomar la decisión.

Se escucha un sonido metálico y en su mano apare una navaja abierta, debía llevarla en el tobillo. ¡De ahí la movida del resbalón y los ahogos! La faca no es gran cosa, una baratija, pero con el mismo gesto, todavía arrodillada, la hunde con decisión en la ingle del Muñeco que intenta apartarse, pero ella se ha colgado de su cintura con el otro brazo mientras remueve el arma en la herida, como si estuviera haciéndole una paja, una paja sangrienta. La bomba. La primera parte del espectáculo solo dura dos segundos, hasta que él consigue quitársela de encima.

La segunda es ver como la gran mancha de sangre oscura se hace cada vez más grande, muy rápido. El Muñeco se sujeta los huevos con fuerza y abre la boca mucho, pero no le sale el grito. El tipo grande parece que se quiere tapar la cara con las manos, pero, claro, lleva las pizzas y se queda a medio camino; esto me parece muy, muy gracioso. Tanto como la cara de Conejero que embobado con la escena se ha olvidado de la escopeta que apunta al suelo, cosa que me parece mala idea. Pienso en darle una colleja para despertarlo, pero el idiota sería capaz de dispararse un tiro en el pie, así que chasqueo la lengua varias veces, como cuando quieres que alguien deje de roncar. La escopeta se yergue rápida, los cañones concentrados en la Choni. Está llena de sangre, hermosa y canalla. Solo tiene ojos para mí.

¡Oh, Cielo! Esto es espectacular –le digo, es cierto, me sale de dentro.

Ahora debería dar un discursito, la ocasión lo merece, pero El Muñeco cae como un saco sobre su propia sangre, blanco, azul. Joder, está muerto antes de tocar el suelo y me distrae. Ella no se digna a mirarlo.

¿Entonces? –pregunta y consigue que suene provocativo, como una promesa de algo.

La verdad es que por un segundo no sé qué contestar ¿Entonces? Nosotros veníamos a dar un escarmiento y parece que ellos solos se lo han dado, mejor ahuecar elegantemente.

Creo que hemos terminado. Llamad a casa, Papá os quiere, podéis volver a ser una gran familia. ¡Qué remedio! Pero antes, cariño, acércame ese cortaúñas, no queremos que nadie, nadie más, se corte.

Ella manosea el mango de la navaja, imagino el pegajoso tacto del mango en la palma. Conejero se pone tenso, huele la sangre en el aire y está loco por unirse a la fiesta, le hago un gesto amable y los cañones vuelven a apuntar el suelo. Ella sopesa sus posibilidades, ve que no tiene ninguna y me tira la navaja resbalando por el suelo. Yo de entrada ignoro el pincho, hay cosas que me llaman ahora más la atención.

¿Queréis pizza? ¡Eh, tío fuerte! ¿De qué son?

Duda un momento, parece grogui, más que antes, le cuesta articular, traga saliva y al final dice no sé qué con anchoas.

Me encantan las anchoas, el secreto es ponerlas al final, así no se queman; tienes que decirlo cuando pides las pizzas, si no los cabrones las ponen al principio y acaban siendo trocitos de carbón salado, una mierda.

Me acerco mientras hablo, le pillo la pizza de arriba y unas cuantas servilletas del bolsillo de la chaqueta, luego como si se me ocurriera en el último momento uso una de ellas para recoger el pincho y se lo meto en el bolsillo a Conejero.

Os dejo una pizza. ¡Que aproveche! Tendríais que limpiar esto, está hecho un asco.

No tanto como el coche de Conejero, ¿te has fijado?, no creo que lo limpie nunca. Ahora ya ni siquiera le vacía el cenicero. Era de esos que limpian el cenicero abriendo la puerta y volcando el contenido estén donde estén. Le convencí de que era como firmar el libro de registro, como poner sus iniciales en cada sitio donde ha estado. No creo mucho en la mierda esa del CSI. Miento, sí que creo, lo que no me entra es que tengan bastante presupuesto para liarse con jueguecitos de laboratorio cada vez que a alguien le soplan la cartera o le dan una ostia, pero más vale ser profesional.

Conejero conduce y habla, habla y conduce, rememora los mejores momentos –para él– del trabajo, como el pajillero sádico que es. Le dejo hacer, está demasiado excitado como para pararlo, mejor dejarle perder gas. Mientras habla me como una porción de pizza, las anchoas están quemadas, ¡mierda!

3

El salón recreativo ya está cerrado, pero el segurata nos abre antes de que lleguemos a la puerta. Conejero le ignora, yo le ofrezco la caja de la pizza, la rechaza. Pero se le ve muy satisfecho de que yo me haya quedado con que él está aquí. Sus ojos le brillan un momento. ¿De agradecimiento? ¿Alivio? ¿Por qué? No entiendo lo que siente, si es que siente algo.

El despacho de El Patrón, por si no había quedado claro, es feo de cojones, tanto como él. Mastica un puro apagado, debe pensar que le da pinta de duro, yo lo encuentro asqueroso. Espero que le dé un cáncer en el labio o mejor aún de mandíbula. Los canceres de hueso son los más dolorosos, cuando avanza el de mandíbula te extirpan todo el hueso y no puedes volver a hablar, ni a comer, ni a reír, ni siquiera puedes contener la saliva dentro de la boca. Vamos, que tu vida es una mierda, igual que lo era antes, solo que ahora te das cuenta.

Dejo la caja roja, blanca y verde sobre su mesa. El Patrón la mira sin tocarla, enarca las cejas y abre las palmas de las manos hacia arriba.

¿Qué coño es esto? ¿Te pedí que me trajeras la cena? El trabajo… ¿Está hecho el trabajo?

Lo primero que pienso es en sacar la cacharra y meterle un tiro en la boca; me metería en un lío, sí, pero es que no aguanto sus poses, sus gritos, sus vaciles. Como no estoy seguro de que la cacharra no explote abro la caja y le sonrío. Dentro quedan tres trozos de pizza de anchoas; además de propina está el pincho, enrollado a la servilleta de papel. Todos le echamos una mirada.

Hubo una riña de enamorados, acabó mal, han roto – explico.

Más bien ella le rompió a él –suelta Conejero entre risitas.

El Patrón le mira un segundo, no traga a Conejero, nadie lo hace, a mí me es indiferente. Todo el mundo me es indiferente o casi, menos cuando quiero... ¿asustarlos?, ¿devolverlos al buen camino?, es el único momento en que, en general, alguien realmente me interesa.

¿Para qué quiero esto?

No contesto, El Patrón se cree un líder, un estratega, el macho alfa; puede que lo sea, pero de cuatro monos subnormales.

Es un seguro, tiene las huellas de la señorita –tengo que apuntarle.

Al final parece que pilla la movida; el poder que le da sobre la Choni le mola mogollón, aunque no quiere reconocerlo.

 No te pedí esto...

Surgió, solo surgió...

Joder, me dijeron que sabías aprovechar las oportunidades...

No digo nada. Cállate si lo que tienes que decir no es mejor que el silencio, lo leí en una galleta de la suerte. No me gustan los mensajes rollo filosofía oriental, Confucio, tibetanos... Menos todavía los de los libros que venden en los supermercados, esas cosas que suenan profundo y son basura. Pero este dicho la clava.

El Patrón se reclina, mastica el puro, se recoloca la cinturilla de los pantalones. Se lo he visto hacer cuando piensa escusas para no pagar. Al final parece que se le ocurre algo mejor todavía y sonriente, abre el cajón y saca un bonito sobre marrón que tira en la mesa. Conejero lo pilla y cuenta la moya que contiene, lo hace rápido, muy rápido, la vida humana está muy devaluada. Es lo que merecemos.

Veo claro que ya podemos abrirnos que descubro que al enano le queda algo que decir.

Sé de alguien que puede tener un trabajo para ti. ¿Te interesa?

 

<<Capitulo anterior                                                                                                     Capitulo siguiente>>


Entradas populares de este blog

Mr. Útil o Últimas aventuras del Tío de los Recados -Solapa y prologo-

Mr. Útil -Capitulo I- El Pulga anda a los Cerros

Mr. Útil -Capitulo XII- El jefe negocia el calendario de pagos