Mr Útil -Capitulo X- El Pulga opina que el mundo es un pañulelo

 

Ovella Negra o Almela con boina


Pues las cuatro horas, cuatro horas y media, lo que tardamos en bajarnos de los Cerros Altos a la city, fue el tiempo que estuvimos sin decirnos una palabra, los cuatro indios y yo. Ellos, envueltos en sus cobijas, que cómodos iban y yo helándome tantito, porque hicimos todo el viaje con la capota bajada, sin que pensara pararme a izarla, porque tenía en el corazón que la manera de salir con bien de la situación era dejarse llevar por la corriente, que cualquier movimiento, por pequeño que fuera, solo podía empeorar el baile.

Entrado ya en los barrios, un carro de la Federal se pasó a nuestro lado a darnos un vistazo, pero ni nos paró ni nada. Es lo que tiene el Chevy que de vistoso te hace desaparecer, la gente se queda con la banda blanca de los neumáticos y olvida todo lo demás. A los pedidos del indio de la nariz gorda, pues andaba yo girando a derecha y a izquierda hasta que nos plantamos en el barrio de los plateros, frente a un comercio de los muchos que allí hay, uno que, para mi sorpresa, como que me sonó conocido a la vista. Los indios se bajaron, dieron las gracias y se metieron pa’dentro, mientras yo corría a sacar el teléfono y llamar, para darme cuenta, cuando tenía al Capitán al aparato, que no sabía que recado darle, por dónde empezar o como era la mejor manera de hacerlo, pero en un instante se me dio claro que asuntos como el que tenía que tratar no hay manera de endulzarlos, y así pues lo solté todo tal como me vino y cuando acabé me sentí como vaciado y mejor, pero el Capitán, al otro lado de la línea, me pidió que le volviese a contar todo y lo hice, como más ordenado y esta vez acabando no me sentí mejor, si no enfermo y pensé que toda la historia sonaba a falsa y que me estaba metiendo en un pozo del que a lo mejor no salía. Pero de entrada el Capi no intentó cogerme y solo pidió más aclaraciones.

¿Y dónde dices que has dejado a los indios estos?

Y le explique donde, y sí, el Capitán reconoció el sitio con más sentido que yo y le oí gruñir al otro lado de la línea, antes de decirme que allí mismo me quedara, que no perdiera de vista el comercio, que él andaba ya mandando gente. Yo dije que sí, que de acuerdo, y según colgué me entró por preguntarme con que intención se llegarían los que iban a venir y decidí que lo más sensato era sacar el nueve de su agujero para tenerlo más a mano, que su compañía no estorbaba.

Y así pasaron los minutos, diez, quince, veinte minutos y los hombres del Capitán sin aparecer y yo con la boca seca, resaca, sueño y hambre, todo a la vez. Qué se me cierran los ojos un momento y en cuando los vuelvo a abrir, ¿qué veo? a los indios que salen de la tienda, despedidos tan formales en la puerta por un hombre grueso, grande, de traje, y se van calle abajo, que se pierden entre la gente y yo me pregunto si no debería andar tras de ellos, para saber donde paran, pero como el Capi me dijo que allí me quedara, pues eso mismo es lo que hago. Esperé hasta la hora entera que fue cuando el mismo se presentó con más gente y según salió del coche me agarró por la patilla, que es vicio que se le ha metido, no sé si por ser familia y demostrar que no me da ventaja o por lo mismo y no saber verme, y me tiene un rato entretenido allí, interrogándome y yo diciéndole todo lo que he visto desde el día de ayer, pero no le contesto nada a los porqués de las cosas, pues de lo que solo puedes adivinar mejor callar. Y al final tal que se cansa y se dedica a ponerme el cuello la camisa en el sitio y a reñirme, tal fuera él mi hermana y no mi cuñado. Luego, cuando me ve aseado o lo suficiente puesto en mi sitio, que nos dice que pa’ dentro y nos entramos en el comercio él, ese que le dicen Vasco que de nuevas le anda pegado todo el día, y yo . Y dentro el comercio en el mismo centro hay el tipo grande de traje que vi antes, ahora con aún más porte de amo, que está abroncando a todita toda la plantilla, por vete a saber que cosas. Pero cuando nos ve entrar, con un gesto los espanta a sus tareas y se queda con la boca torcida mirando al Capi e ignorándonos a nosotros, a Vasco y a mí; aunque a estas alturas ya me es igual el respeto o no que me muestren, que ahora esa es cuestión del Capitán, que para eso lleva los galones.

¿Qué cómo se presenta usted aquí? —pregunta el grande, sin demasiada ponzoña en la voz, sin demasiada digo.

Pues, no más andábamos cerca y se nos olió que podía tener usted complicaciones.

—¡Anda que si las tengo!, a veces no llueve lo suficiente para el elote, pero siempre para la matalavieja.

Pues, aquí nos tiene, que en nuestro acuerdo está ocuparnos de según qué cosas.

El tipo grande se quedó callado, como pesando al Capi, a las buenas se le veía que no estaba por aceptar el capote que se ofrecían a echarle, pero al final se encogió de hombros y pidió.

Pues si se ofrece deme razón de un hombre o dos con redaños para hacer un recado.

¿Sólo dos? Me dicen que sus visitas han sido más.

Por mis visitas no se preocupe. Un hombre o dos para poner un franqueo y fuera. No necesito más.

Pues, si está tan seguro, no lo hablemos más, ya sabe donde encontrarme cuando los quiera que en seguidita mismo se los acerco a donde los haga menester.

Y todos parecieron la mar de satisfechos, menos yo, que me quede parado, pues me esperaba más complicaciones. Pero me dije que aquellos dos estaban más enterados que yo del todo y que mejor callar y escuchar. Y así lo hice y Capi no me soltó prenda hasta después, cuando ya se iba, que me dijo por lo bajo:

Jodido Pulga, mira de no cagarla.

Y entonces me di cuenta de que pensaba derivarme la encomienda. ¿cuál será esta? ¡A saber!

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