Mr Útil -Capítulo XX- Badía se lleva algo que no es suyo

 

 

 

Retrato de Francisco Sandoval Rojas, Duque de Lerma. Obra de Juan Pantoja de la cruz 

 

Hoy en día hay cámaras por todas partes, lo de encontrar un sitio por dónde entrar y salir sin que te casquen la foto es una cosa que cada vez come más tiempo; si quieres trabajar fino, que es la única manera de hacerlo. A Conejero es una tarea que se le daba bien, peinaba el terreno con el mismo entusiasmo que un perrete el primer día que se levanta la veda, tanto que antes de pillar la baja tenía el mapa lleno de crucecitas y triangulitos de colores que marcan el donde y el hacia donde, ¿me explico? El papelote este que tengo en la mano es una artesanía que muy pronto se perderá porque, en confianza, pienso que en nada será imposible pasar desapercibido. Todos, toditos todos, los rincones tendrán su correspondiente cámara conectada a un robot cabroncete que mirará mil a la vez, como en China y en esos sitios. Conejero también se había preocupado de tener controladas las horas punta, el momento en que todos entran o salen, cuando no están para hostias; nunca es lo mismo las nueve menos cinco que las nueve y cinco. Resumiendo, ¿qué cuentan sus notas?, que lo más complicado es no quedar retratado en las cámaras del banco que hay puerta con puerta con el punto, que ahí, cuando pasas sobre la equis del plano, solo puedes mirar a otro lado, encoger la cabeza entre los hombros, o sonarte con un pañuelo bien grande, pero no hay otra, vas a dejar un rastro, si grande o pequeño eso ya depende de como te lo montes. Después hay puntos ciegos por donde ser invisible y llegar o irte sin que te retraten. También cuentan que la gente llega justa justa al curro, que dos minutos antes de las nueve el vestíbulo del edificio parece el de la estación, lleno de tipos y tipas apresurados entre los que es fácil volverte transparente.

Tenemos la suerte de cara y todo es suave desde el principio. Entramos por la puerta y el portero está de cara a los buzones liado, intentando que no se le esparrame el correo que lleva en las manos mientras atiende al móvil, que sujeta con el hombro contra la oreja y el notas ni siquiera se gira. Uno de los ascensores está en planta y en nada estamos en el quinto. Hay dos oficinas por piso, al que vamos solo hay una ocupada, así que estamos más o menos seguros de que no nos cruzaremos con nadie en el rellano. Aquí estamos, llamo a la puerta, me abre una tía que apesta a tabaco.

¿Sí?

¡Hola! Traemos metal.

Adelante.

La tipa ha puesto cara rara, ella no espera que traigan nada, pero la única frase que he dicho es pura cháchara de su gremio y eso hace que se aparte y nos deje pasar. La recepción es enorme y fea, decorada con moderneces. Al frente, dos despachos abiertos y vacíos. A cada lado, dos puertas dobles, cada una lleva a su propio pasillo. En la misma recepción hay otra currante sentada en una mesa, que parece pequeña en la habitación, tarareando la música que sale de una radio de aspecto vintage, que dicen ahora.

Estos chicos traen metal. ¿De parte de qui...

Las palabras se le secan en la boca, en el segundo que ha gastado en hablar con la otra notas. Pachuco y yo hemos cerrado la puerta a nuestras espaldas, nos hemos puesto los pasamontañas y hemos sacado las armas. Pachuco las apunta con la recortada, yo solo les enseño la fusca, creo que tendrán suficiente.

Bien, si hacemos esto rapidito podremos estar en casa a la hora de siempre. Y una cosa: no me gusta que me llamen chico, lo encuentro irrespetuoso. ¿No os parece?

Solo se escucha la música que sale de la radio. Las dos tías se han quedado congeladas, con la boca abierta, mirándose la una a la otra, eso me molesta.

¡Eh! ¿Podéis prestarme atención? ¿Le tengo que pegar un tiro a alguien para que me hagáis caso? ¡Mirad al suelo! Rápido, mirando al suelo. ¡Ahora! Estupendo, si no me veis no me podréis recordar. Es importante. ¿Entendéis por qué o tengo que explicarlo?

No hace falta, las dos clavan la vista en el parqué. Me siento mejor, me he impuesto sin gritar, las domino solo con voluntad. Bueno, la cacharra ayuda. No les doy tiempo a pensar.

Al pinto, pinto, gorgorito, uno, dos, tres, fuera. ¡Te ha tocado! Tú, vamos a abrir la caja.

Pillo a la tía de la mesa por el brazo, la levanto sin tener que hacer fuerza; de entrada, ella se queda parada, pero yo le sacudo el brazo un poco y le susurro en la oreja:

Venga, a la caja.

Obediente se pone en marcha. Me guía hasta un rincón del despacho. Hay una maría de doscientos kilos abierta. Al primer golpe de vista sé que no es la que busco, pero juego al despiste y, ya que estoy, le echo un vistazo revolviendo entre el follón de archivadores y escrituras que hay dentro. Me canso y saco papeles a puñados de dentro.

¿Qué mierda es esta?

¿Mi caja?

¿Tu caja? ¿No estás segura de si lo es? Espera. Tu caja, eso significa que hay otra.

Sí, hay otra, la que....

Psst! Calla, démosle un poco de emoción. Bien, princesa, volvamos al salón.

La arrastro del brazo, nada más que por mantener la pose, la descargo en su mesa y me vuelvo hacia la tía que huele a tabaco.

¿Me concede este baile?

No tiene cara de que le guste bailar, dice entre dientes algo que no me suena bien, pero rápida, mirando por encima del hombro, para ver si la sigo, cruza la recepción y se mete por el otro pasillo. No hay ni que decirle qué es lo que ando buscando. Toda esta rapidez es porque no quiere que la toque. Eso me pica, no me gusta, soy yo quien pone las reglas. En una zancada estoy encima de ella y la trinco fuerte por el brazo.

No tan deprisa, cielo, vamos juntitos.

El pasillo acaba en ninguna parte, al otro extremo del despacho. Otra maría descansa al fondo contra la pared. Esta está chapada, no todo iba a ser tan fácil. Tiene dos cerraduras eléctricas, con sus teclados parecidos a los de los teléfonos antiguos. Hay que irse con ojo, estos paneles son la hostia: cada tipo o tipa autorizado abre con su propio código y así queda registrado en la memoria del cacharro quién abre y quién cierra. Pero pueden tener programados códigos para todo, incluso para disparar una alarma silenciosa. No es el caso, pero claro, yo no tendría por qué saberlo.

Bien, ahora vas a abrirla despacito y sin equivocarte. No quiero tener que explicarte lo que pasará si no hacemos bien esto. ¿Estás preparada?

¡Una mierda, estoy preparada!

Ese lenguaje señorita, no me dejes en mal lugar; esto tiene que ser fácil, un entrar y salir, entrar y salir. ¿No te hace gracia?, como en un polvo.

Noto como se encoge, hablar de sexo en estas situaciones, aunque sea de refilón, produce esta reacción en el noventa por ciento de las tías, no entiendo por qué, pero claro es un tema del que no rasco nada.

¿No lo pillas, tía?, entrar y salir, se dice mucho en mi oficio. ¿No entiendes por dónde va el chiste? Lo de entrar y salir... A mí me lo tuvieron que explicar: se supone que es tan fácil follar que todo el mundo sabe, sin que nadie le haya enseñado.

Ella no contesta nada, cada vez tiene la cara más blanca, parece querer mirar a todas partes sin conseguir dejar de verme allí frente a ella, diciendo sandeces con el tono de quien está en la cola de panadería. Noto que por un momento le fallan las piernas, pero estiro de ella y le ayudo a mantenerse en pie. Cuando vuelve a estar asentada sobre sus pies, la agito un poco, así como de buen rollo, mientras le sonrío con camaradería, aunque de esto no creo que se dé cuenta a través del pasamontañas.

La verdad es que creo que como chiste es una mierda, no hay nada fácil en la vida, ni el sexo, parece. ¿Tú tienes problemas con el sexo? Mucha gente tiene, o sea que tan fácil no es. Yo no creo tener problemas con él, bueno, sí, de incredulidad: no comprendo como a la gente le da por desnudarse y hacer... cosas. No es que me dé asco ni nada por el estilo, solo que no lo puedo entender, bueno: sí, se supone que es excitante. ¿Te gusta nadar? ¡Contesta!: ¿te gusta nadar?

A veces voy a la piscina.

¿Piscina? No, no, chica. Nadar en el mar, rollo en la costa, frente a la playa, tan lejos que la gente en la arena, si te ve comienza a preocuparse, tan lejos que tú mismo comienzas a preocuparte... A mí eso sí me parece excitante. Tampoco me gusta bailar, pero comprendo lo que debe significar para otra gente, puedo ponerme en su lugar, creo, pero todo ese rollo... húmedo y pegajoso... Qué no, que no me va. ¿De qué estábamos hablando? ¡Ah!, sí, lo que te decía: no hay nada fácil en la vida, el entrar y salir no existe. Pero podemos intentarlo, ¿no? Podemos vivir como si así fuera. Vivir como si el cigarrillo que te llevas a la boca no pudiera matarte.

Durante el final de la charla –que definitivamente se estaba poniendo demasiado personal– como la maría no es muy alta la he hecho acuclillarse, un poco de lado, contra el frontal de la caja, acercando mi boca a su oreja para hablarle. Hoy me he puesto colonia de lavanda, que ha resultado ser en su honor. Deseo que el aroma le llegue muy claro, que la inunde... y que el olor a aceite de la pistola no estropee el efecto, que arruine la impronta. Porque de alguna manera todos ellos nacen, vuelven a nacer, en contacto conmigo y estos serán sus primeros recuerdos, los más importantes, los que harán que yo esté con ellos para siempre y quizá un poco más. Sería estupendo que cada vez que volviese a oler lavanda se cagase del susto. ¿Soy un poco retorcido? No me importa. Me acepté hace mucho. No pongas esa cara, la verdad es que en realidad no creo en esta mierda fantasiosa, en estos pensamientos de súper villano, solo que… una vida en que funcionasen estos truños, que te dieran satisfacción, sería más interesante ¿no?

No deberías estar asustada, debería asustarte fumar, siempre lo he visto como jugar a la ruleta rusa, nunca sabes qué último cigarrillo no deberías haberte fumado, cual fue el que desencadenó toda la mierda de la quimio, el dolor y la muerte. Te estás enfrentando a eso cada vez que enciendes un piti, y mira: el cabrón no te avisa de las consecuencias, ¡yo sí que lo hago!, sígueme el rollo y todo irá suave, ¿ok?, ¿sí? ¿ya estás más tranquila? Estupendo, lo dicho: fácil. Hagamos esto y luego podrás continuar quemándote la vida de a poquitos.

Su cara es una mezcla de odio y miedo, ahora tiembla más que antes, pero en una forma diferente, consigue controlarse, que significa que deja el cabreo para más tarde y marca con decisión en los dos teclados. El primero responde con un chasquido al liberar la cerradura, el segundo se queda mudo.

Niña...

La pila, la pila que lleva dentro la cerradura está baja, pruebo otra vez, otra vez...

No me jodas...

Pruebo otra vez, si no, la cambio, es fácil, solo un mo...

Otro clic la hace callar, noto como se relaja, gira una manija y estira. La caja está abierta.

Ya te dije que todo iba a acabar bien. Ahora levanta, así, vamos, mira a la pared, cariño, estate quieta dos minutos, ya sabes: fácil, entrar y salir. Por favor. Gracias.

Me gusta ver la tensión en su espalda mientras mira la pared, ese ligero temblor, podría quedarme mucho rato mirándola, en absoluto silencio, esperar a que ella dudara si me he ido o no, vigilar como al final se decide y gira muy poco a poco, con precaución la cabeza y entonces… nada, no tengo tiempo, decido ponerme a lo mío, soy un hombre de compromisos.

La caja está llena de cosas curiosas. Dentro de estuches de formas alargadas encuentro papelinas de papel encerado, del tamaño de tarjetas de visita. Muchas parecen vacías, hasta que las aprietas entre los dedos y ves que no es así. Notas cosas duras dentro, unas del tamaño de granos de arena, otras tienen más cuerpo, casi como lentejitas. Sí, son piedras preciosas y no, no sueñes, no las hay del tamaño de garbanzos. Comienzo a llenar la bolsa con cien papelinas, doscientas papelinas, ya está. Le toca el turno a sobrecitos más grandes, de color marrón, cubiertos de anotaciones a lápiz, dentro de cada uno, un anillo, una pulsera, sin terminar. Ahora una caja de galletas, billetes sujetos con clips, con gomas, no hay mucho, tampoco poco, para ponerte al día y pagar taxis, estupendo. ¿Qué más, qué más? Nada por aquí, nada por... un sobre arrugado, dos lingotitos dentro, son pequeños, más pequeños que el chocolate que te daban para merendar, pero pesan de la hostia. ¡Míralos! El oro sin pulir brilla poco, es un metal de acabado terroso, si no sabes el aspecto que tiene lo podrías tomar por otra cosa. Mi reloj pita, se acabó el tiempo; la bolsa pesa y es incomoda y no veo nada más interesante dentro, papeles que tienen valor solo para su dueño.

Casi hemos acabado. Ven, vamos con la peña.

De nuevo en la entrada encuentro a Pachuco y la otra currante en la misma posición en que los dejé, me resulta extraño. Yo regreso renovado, como quien vuelve de vacaciones y míralos: aquí no han cambiado nada.

Mira si llevan teléfonos. Señoritas solo será un segundo y es un contacto solo profesional.

Pachuco manosea profesionalmente a las dos tías y asiente con la cabeza declarándolas limpias.

Bien, vamos a despedirnos. El protocolo supone que ahora deberíamos ataros y tal. Pero, tías, que te aten de manera que no puedas moverte es muy incómodo, doloroso... peligroso. Figúrate que nadie os echa en falta hasta la noche o aunque solo sean un par de horas... igual se te gangrena un brazo.

Mientras hablo, Pachuco ha sacado un manojo de bridas y las hace chasquear ligeramente, es un ruido jodidamente molesto, además, ¿qué es este teatro? Con las bridas en una mano y la recortada en la otra está ridículo, una caricatura de tipo malo, no puede usar ni unas ni la otra; si las pibas se dan cuenta romperá el encanto, me joderá el público. Se me ocurre pegarle un tiro y dejarlo aquí. ¿Podrían encontrarme a partir de su puto cadáver? Sí, creo que sí. Lo dejaremos para otra ocasión.

Hagámoslo fácil, niñas. ¡Venga! Al lavabo. Id al lavabo, mead, lavaos las manos. Hablar mal de los hombres. Fúmate un piti, guapa, continúa muriendo. Quince minutos y salís y hacéis lo que tengáis que hacer. ¿Qué os parece? ¿Quince minutos? ¿Si? ¿No? Venga, vamos, vamos...

Las dos conejitas mirando al suelo y manteniendo la distancia conmigo, salen por uno de los laterales y al principio sin apresurarse y luego casi corriendo siguen hasta el fondo, empujan una puerta y entran dentro. Por un segundo, antes de que la puerta se vuelva a cerrar tengo una visión de cerámica rosa y en un gran espejo sus miradas llenas de canguelo, alivio e incredulidad. Luego todo son ruidos de más puertas y cerrojos, se deben haber encerrado en los cagaderos. Me hace mucha gracia.

No hagáis trampas, quince minutos, todavía tenemos alguna cosa que hacer aquí, ¿eh?

Sé que no me escuchan. Subo el volumen de la radio para darles algo en que pensar cuando salgan. Desenchufo la centralita, el equipo de video continuo de la cámara de seguridad interior da más guerra, pero al final va a parar a la bolsa de Pachuco, recojo los móviles, pasamontañas, bigotes, todo fuera. Una ojeada por la mirilla; el rellano está limpio. Salimos. Cierro despacio, como despacio bajamos por la escalera. En el segundo se abre una puerta y nos juntamos con un grupo numeroso de currantes jóvenes que va a comer o a lo que sea. Hacen tanto ruido que parecen niños camino del patio del colegio. El portero no está; en cuanto pisamos la avenida hemos desaparecido.

 

 

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