Mr. Útil -Capítulo XXI- El pulga espera y desespera

 

 



 El Pulga espera y se desespera

Pues que al principio uno se lo toma bien, se repite para sus adentros que si te dan plata por no hacer nada tú agárrala, calla y sin más continúa mirando deportes hasta el jopo en la tele enorme que tiene la casa de invitados. Jodido eso: casa de invitados, ¿escuchas como suena? Curiosidad me hacía y todo cuando escuche al que manda en estos diciendo: A estos caballeros me los meten en la casa de invitados y que nadie les eche ojo. No me sonó mal, que la discreción siempre es buena, pero una cosa es esta y otra la falta de la presencia humana. Porque van para cinco o seis días que me quedo aquí, cinco o seis que el tiempo se me desdibuja, cinco o seis que el Capitán dijo que hasta luego y con el Vasco se fueron a continuar con lo suyo y yo me quedé aquí de muestra.

La jaula por ser de oro no deja de ser jaula. Y el hombre no está hecho para estarse en una. Que no por nada castigan a los presos rebeldes con la soledad. Cuando andaba ya rondándome andar a buscar a la casa grande a aquel que mandaba, el tipo grueso, Don su Ilustrísima, y decirle que como veía que mi encomienda iba para largo, mejor yo me volvía donde mi hermana y mi madre, y que sin pudor me diera un grito cuando necesitara de mí. Pues, lo dicho, cuando ya estaba en que si me decidía o no, se ve que llamaron al Capi a parlamentar, que se vino con el Vasco y al rato se entraba en la casa de los invitados acompañando de otro de los de aquí con muchas prisas, y me levantaba del sofá estirando de la patilla, para decirme que apañara mis cosas, si es que algo tenía, y todo preocupado por dónde tenía yo el pasaporte. En la casa, le dije, ¿ando a buscarlo? Pregunté. Y él puso cara de que no me enteraba de nada, lo que es verdad, porque no había nada de lo que enterarse. Después de unos cuantos gruñidos más me soltó: no, espérate que estos señores nos llevarán, y como me encantaba con las cosas que tenía que empaquetar, me protesto el éste, con que se nos iba a hacer tarde, que ya están saliendo la gente de sus oficios y ya no va a ser hora para ir guiando por la ciudad.

Y me arme la maleta con las cuatro cosas, todas nuevas de paquete, que me habían traído a la casa de invitados esta y en que me subí en el carro de uno nos fuimos para la casa, yo pensando con qué le íbamos a contar a mi hermana, aunque suponía que mi cuñado algo le tendría que haber dicho ya, un no más tranquila, que andamos a un recado y en acabar aquí nos presentamos de nuevo. Pero toda la preocupación fue vana, porque Olga en casa no estaba, ni Olga ni nadie y solo me llegué hasta mi cuarto, donde apañé el pasaporte y unos pocos dólares que tenía allí guardados para los tiempos difíciles e igual que solo me vine, solo me fui.

Y al rato volábamos apretados en un avión bien chico, al menos para hombres de nuestra talla. Un avión que cada nada perdía el agarre con el cielo y caía a plomo hasta que conseguía arañar de nuevo las nubes. Y fueron tantos desmayos que a mí se me dio por recordar lo cómodo que había estado en la casa de invitados y pensar que Dios o el Diablo disfrutan dándote lo que pides y después riéndose de lo lejos que queda de lo que necesitas. Pero bueno, que el sube baja acabó y nada más aterrizar ya nos estaba esperando un tipo con mala cara para decirnos que llegábamos tarde o que el otro había llegado pronto, que no es lo mismo  cosa una u otra y con estas llevarnos en un coche bueno al Capi, al Vasco, y a mí al hotel y allí dejarnos esperando a que nos dijeran el dónde, que por lo que se ve el quién ya sabían, que la causa del retraso era el decir este, a este le ha tocado la china. Y así me estuve de nuevas viendo deportes en la televisión y escuchando de cuando en cuando a mi cuñado renegar contra mí, porque era el que tenía más a mano. No sé qué le vio mi hermana al plomo este.

Y que me había dormido cuando unas manos me agitaron y oí gritar por ahí al fondo al que sé le dicen Panchito con que andásemos a la ducha, que a arreglarnos, que nos íbamos a una fiesta y el Capi echando humo con que si me había traído algo adecuado que ponerme. Como si yo fuera una mina y andase con el ajuar a cuestas. Entonces ya decidí que estaba cansado de todos y que a la ocasión yo me volvía para casa o en dirección contraria, que ya había tenido bastante de andar con mi cuñado, el Capitán, que tenía que buscarme mi propio camino o mi hermana acabaría viuda antes de tiempo.

 

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