Mr Útil- Capítulo XXIV- El Tío de los recados regresa al hogar
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| Haciendo Arte de Mis Quejas- Anónimo Terrassa Noviembre 2025 |
La tierra gira de Oeste a Este con una velocidad de 1670 Kilómetros hora en el ecuador, lo he leído en la revista de uno de los aviones que me ha devuelto a casa. Catorce horas de viaje y estoy en Europa, en casa, en mi habitación, en la que, cerrada a cal y canto, se cuelan muy pocos ruidos del exterior. Los muebles son bloques sólidos de negrura flotando en una oscuridad líquida y la única luz es la tenue fluorescencia del reloj sobre la mesilla que intenta convencerme de que duerma, que descanse, que así las cosas me parecerán distintas por la mañana, si no mejores al menos abordables.
¿Como se aborda la cuestión de que hayan querido matarte? ¿Estás seguro que esto es lo que ha pasado realmente? ¿Me lo estoy imaginando todo?, ¿al fin mi cerebro ha dicho basta? La hierba ha quemado mi última neurona y no distingo la realidad de la imaginación, ¿cómo es posible que piense que esto pudiese ser un alivio?
Solucionar un problema dejando que te maten, ¿puede ser cierto? Si es verdad, ¿por qué yo?, la respuesta es ¿por qué no? Estoy por ahí, soy una solución rápida, fácil. Soy prescindible. Siempre es más fácil encontrar a otro tipo obediente y útil que pasar por el trago de caerte de la agenda de Don Ramón. Además los tipos obedientes y útiles son inequívocamente estúpidos, te los ganas con sonrisas y calderilla. Imbéciles, tienen que serlo si no no se pondrían en una posición tan baja del organigrama con una sonrisa.
¿Matarme?, en mi cabeza cuadra. Parece el típico comportamiento de La Firma, de Pol, una acción rápida, mezcla de total improvisación, temeridad, arrogancia y asunción de pérdidas. Yo soy la pérdida
¿Luego nos vemos?, ¿nos vemos luego? No recuerdo que me dijo el tipo aquel, poco más que un chaval, a la puerta del despacho de Don Ramón. Le he puesto nombre: Emilio, Emilio el taxista; mejor Emilio el Gólem, con un papel con mi nombre escrito en su boca. ¿Qué mueve a un tipo como ese a hacer lo que hace? ¿La codicia?, ¿tradición familiar?, ¿diversión? Me saludó en la puerta del despacho de don Ramón. Si estaba allí es que alguien le invitó. ¿Quién? ¿Ramoncito? ¿Roque?, ¿el mismisimo Don Ramón? Imposible saberlo, lo único cierto es que fue Pol quien me envió allí. Me envió, es el jefe. Yo soy el tío de los recados, Mr. Útil, donde me dicen voy.
Tendría que dejar este trabajo. Siempre lo estoy pensando. Tendría que hacerlo de una vez. . Tener un empleo, es mejor que no tenerlo; pero, claro, es infinitamente mejor estar vivo que no estarlo.
Despierto, todavía no ha sonado el despertador, pero mi cuerpo, mi mente, sabe que ya es hora de ir a trabajar; eso será escapar de esta oscuridad, salir de mi cabeza, es un alivio. Mi subconsciente es tonto, el miedo también vive a plena luz.
Cuando salgo de la estación subterránea del ferrocarril, la zona alta –con su mosaico de edificios de oficinas, tráfico, ruido y carriles de bicicleta– como siempre está esperándome. Vigilo por si entre los jóvenes –con trajes un poco demasiado estrechos que caminan entrecruzándose con chicas con vestidos un poco demasiado cortos– hay una silueta cargando café para llevar. No está. Subo andando los cinco pisos hasta la oficina, me siento muy perceptivo. Cuando la puerta se abre es como si fuera la primera vez que veo el interior. La recepción es realmente enorme, la decoración es un asco, obra de la hija de alguien con un gusto inversamente proporcional a la auctoritas de papá.
El ceñudo policía de uniforme que me ha abierto no forma parte de la decoración, ni él ni el resto de tipos que pululan arriba y abajo. Le informo de que trabajo allí, soñando con que me niegue el paso y marcharme al bar o a cualquier otro sitio. No tengo suerte, tras él veo a mis compañeras. Lady Nicotinne está enfadada, es igual, siempre lo está. Mrs. Contabilidad llegó tarde, como atestigua el bolso que todavía cuelga de su hombro. Ambas se acercan a la puerta y actúan como mis garantes frente al policía, que se hace a un lado y me invita a pasar con un gesto mientras me examina de arriba abajo con la mirada. La puerta se cierra detrás de mí y tengo la sensación de quedar en el lado equivocado.
No llego a preguntar nada, como si lo tuvieran ensayado, ellas, desordenadamente, me informan de los hechos. Entiendo que a última hora llamaron a la puerta dos individuos armados con pistolas muy viejas, tanto que podías dudar de su funcionamiento, pero vete tú a arriesgar; maniataron a Miss C y a Lady N, no sin antes obligarlas a abrir las cajas fuertes, gentilmente inventariadas por la agencia tributaria a principio de semana. Los policías que veo ahora son de la científica, están tomando huellas, buscando micrófonos o algo así. La única medida clara que han tomado es multarnos por tener una caja fuerte no homologada en funcionamiento, lo que es una verdad a medias. Es cierto que hay una caja, que es una verdadera antigüedad, a la vista en el despacho de Pol. Cierto que está vacía, pero al estar cerrada se la considera en funcionamiento y de ahí la sanción.
–¿Pol está por aquí?
–No lo sé, dejé de seguirle la pista en enero –contesta Miss Contabilidad.
–¿De qué año? –le respondo yo, siguiendo la broma.
Reímos, sin ganas. Me retiro a mi despacho, enciendo el ordenador que arranca con el estrépito de un avión de hélice. Una pequeña aplicación en una esquina de la pantalla me informa del precio del oro, mejor dicho, del futuro del oro. Miro sin ver los titulares, porque a quien quiero ver es a Pol, intentar leer su cara, quizá adivinar sorpresa en su rostro al verme, vivo y coleando. Debería atrincherarme en los pasillos esperando su entrada, aparecer súbitamente y, al mirar el fondo de sus ojos, saber instantáneamente lo que ocultan, lo que no dicen.
Imposible, ignorante de mi drama privado Miss Contabilidad ya lloriquea en mi puerta; hay dinero que retirar de una cuenta para que, justo a tiempo, aparezca en otra y así pueda continuar su viaje circular a través del sistema bancario. Producción no se queda atrás con su interminable lista de urgencias. Porque hay trabajo, después de un viaje siempre hay, ya lo creo, trabajo de aquel que ennoblece, de ese que nadie quiere hacer. Me sumerjo en la rutina con una facilidad que me asusta y así pasa la mañana y luego una tarde, seguida de otra mañana, mientras me enfrasco en trivialidades necesarias y juego a que no ha pasado nada y que todo es como siempre.
Pol no aparece por La Firma. Escucho ecos de sus larguísimas gestiones en comisaría, en la compañía de seguros, en todos esos sitios donde es imprescindible.Tras la comida, dormito frente al ordenador, las voces me despejan, mis compañeras están susurrando a gritos, no sé expresarlo de otra manera, tienen el tono de urgencia y secreto del que tiene miedo de hablar de más y a la vez no puede mantener cerrada la boca. Decido acercarme a ver qué sucede; estoy a tres pasos de ellas –las dos hablan a la vez, no consigo entender lo que dicen– cuando alguien usa una llave y se abre la puerta principal dejando entrar a Pol. Parece llegar directamente del barbero, huele a loción y su cabello está totalmente compuesto; se queda a dos pasos de nuestro reducido grupo con ojos casi tímidos y una leve sonrisa. Como un niño que no se atreve a participar en un juego por propia iniciativa, que espera que le inviten.
Ignorándome, Lady N y Miss C se lanzan sobre él, continúan hablando las dos a la vez.
–Ha habido un accidente. Roque está en el hospital.
Él se muestra adecuadamente interesado.
–¡Oh! ¿Qué ha pasado? ¿Hospital? ¿Está grave?
–Nadie sabe nada de cierto, parece que se ha caído desde la terraza del apartamento.
–¿Terraza?
–Ha caído desde su terraza al jardín interior, limpiaba algo.
Jardín interior, el depar. Yo he estado ahí, me he asomado a ese balcón, lo recuerdo, debe de haber dos pisos, seis metros de alto, puedes romperte las dos piernas o la misma crisma con un poco de mala suerte. Todos estamos boquiabiertos, yo el que más, no había pensado para nada en que la tragedia continuara sin mí. Digamos que soy un egoísta.
Lady N y Miss C comienzan a enumerar necesarias gestiones logísticas y de información; no las escucho, la conversación en mi cabeza me parece más interesante: ¿limpiando? No me imagino a Roque recogiendo las potas de sus invitados. ¡Saltó! Vio venir a Emilio y se la jugó, saltó. O quizá lo tiraron, le dieron recuerdos de Juárez y lo tiraron. ¿Esta mierda se ha acabado o continúa?
Suena mi teléfono, me retiro hacia mi despacho, mi celda. Descuelgo, es ella
–¡Pinocchio! ¿Qué tal, guapo? ¿Regresaste?
–Hace dos días. ¿Leíste mi mail? Tendría que haberte llamado antes, hay movimiento por aquí y me he liado.
–No me hables de liarse, si te contara...
Ella comienza a enumerar la última lista de excusas de BigG. Esto me pone muy nervioso, no me interesan, a él ni le escucharía. He llegado a una conclusión: que esto él lo sabe, por eso habla conmigo a través de ella, una larga conversación a distancia, que algún día acabará con una solicitud de pago de sobrecostes. Sobrecostes de los que no pienso hacerme cargo. Así que dejo de intentar entender el significado de sus palabras y me concentro en el sonido de su voz, tan conocida y tan nueva, hasta que me relajo. Nos despedimos, me quedo triste por un segundo. Es todo lo que me dejan, un segundo. Regreso al recibidor. Ahora ya nadie habla, solo permanecen juntos, como dándose apoyo unos a los otros. Todos parecen tan preocupados, sé que yo también debería estarlo, los problemas se amontonan, sin comercial, nuestras cajas fuertes violentadas… Aunque la compañía de seguros pague, volveremos a pasar un tiempo apretados por la falta de efectivo, de efectivo justificable; es posible que esta encarnación de La Firma esté llegando a su fin, que tenga que morir para renacer con otro nombre. ¿Por qué continúo intentando diferenciar a Pol de La Firma? Son la misma cosa. Veo como Pol consigue serenar a Lady N y Miss C con una serie de breves indicaciones y la mágica imposición de sus manos sobre sus espaldas; esto las convence para que vuelvan a sus puestos de combate. Entonces es cuando me mira y parece recordar quien soy. Hay dulzura en su mirada, bonhomía. A estas alturas me fiaría más de una cobra.
–Las cosas se complican –suspira–. Nada que no podamos soportar. Mejor llamo a la mujer de Roque. Te hacía en la Américas.
Yo solo esbozo un gesto levemente afirmativo y le dejo el paso libre. Él no se mueve, continúa mirándome.
–Tenemos mucho de que hablar, pero primero ¿te iría bien hacer un recado?
